La acepción del término “reconocer” tiene un significado profundo que se manifiesta en múltiples aspectos de la vida diaria, desde el ámbito familiar, de pareja, gubernamental, laboral y social.
Esta palabra, que se puede leer tanto al derecho como al revés (palíndromo), encierra la capacidad de admitir errores, valorar logros y aceptar realidades que a menudo son ignoradas por diversas razones, tales como la falta de profesionalismo, arribismo, temor, arrogancia o poder despótico, lo que perpetúa rupturas, desigualdades y conflictos sociales.
El acto de reconocer implica un examen minucioso de la identidad y las circunstancias de algo o alguien. En este sentido, reconocer no solo se refiere a identificar o aceptar una verdad, sino también a establecer un vínculo con la realidad que nos rodea. Por ejemplo, reconocer los territorios ancestrales, su riqueza cultural y su gobierno autónomo, es un paso crucial hacia la construcción de la paz y de una sociedad más equitativa y consciente.
Reconocer un cambio, un error, una deslealtad, una terquedad, un engaño, una interpretación equivocada, entre otras situaciones sociales cotidianas, no es solo una cuestión de honestidad o integridad personal. Implica un proceso de reflexión, aprendizaje y carácter, que puede enriquecer las relaciones interpersonales y profesionales, si se encamina la corrección de los desaciertos.
Reconocer la necesidad de cambios estructurales en los poderes del Estado, es fundamental para fortalecer la legitimidad y efectividad del equilibrio institucional democrático. El país no puede seguir en una disputa de intereses hegemónicos particulares, auspiciados desde el legislativo, dejando desprotegido al pueblo, eso es necesario entenderlo objetivamente, con ánimo sereno, sin arribismo político, sin la intervención periodística falaz y con coherencia frente a los resultados, para tomar acertadas decisiones.
Sería válido concluir que, reconocer es una herramienta poderosa de inclusión, de transformación, de respeto, de verdad y justicia.